jueves, 17 de diciembre de 2009

Se funde la nieve, aullan las luces navideñas y taconean los perros callejeros.
Nos cruzamos y te sonrío, te abrazo; quizás te diga algo hermoso.
Pero por dentro de mí me río de mi desgracia, de la sangre de tu labio inferior,
de la certeza de que ambos merecemos morir pero no hay sitio para los dos en el infierno.